Susurros de Seda: Deseos Ocultos

Bragas

La Empresaria, con su melena de ébano cayendo en cascada sobre los hombros, se había labrado un nombre en el mundo empresarial, un reino donde la inteligencia y la astucia eran su corona y cetro. Detrás de la fachada de éxito y de su matrimonio feliz, ocultaba un secreto ardiente, un deseo que palpitaba al ritmo de lo prohibido, una seducción que trascendía lo convencional.

El fetiche de la Empresaria era singular y exquisitamente personal: la idea de que hombres desconocidos se deleitaran con su ropa íntima, prendas que ella había llevado con orgullo y confianza, era una llama que consumía sus pensamientos más íntimos. Era una fantasía que navegaba en los confines de su mente, un juego de sombras que danzaban en la luz de la luna, siluetas que cobraban vida solo en la privacidad de su imaginación.

Cada pieza de su colección era un tesoro de seda y encaje, un mapa de sus deseos ocultos. La Empresaria disfrutaba de la selección cuidadosa de su vestuario cada mañana, imaginando las manos que, en un mundo diferente, explorarían las texturas y formas de las prendas que ahora seleccionaba. Sentía un cosquilleo de emoción al pensar en el viaje que estas prendas emprenderían sin ella, una conexión invisible con desconocidos que encontrarían placer en su ausencia.

Su esposo, un hombre de mirada profunda y comprensión infinita, conocía este secreto. Lejos de sentirse disminuido, veía en los ojos de La Empresaria el reflejo de una pasión que los unía aún más. En su amor, encontraron un espacio donde la confianza era el cimiento de sus fantasías compartidas, un lugar donde la intimidad trascendía los límites físicos.

En ocasiones, La Empresaria dejaba "olvidada" una prenda, una ofrenda anónima a ese juego de deseos. Nunca sabía quién la encontraría, quién se convertiría en el depositario de su secreto, y esa incertidumbre alimentaba su excitación. Cada vez que una prenda desaparecía, una sonrisa juguetona se dibujaba en su rostro, una chispa de complicidad con su esposo, quien admiraba la forma en que ella navegaba por sus deseos con elegancia y audacia.

La noche, en la privacidad de su hogar, era el escenario de sus confesiones, donde cada prenda "perdida" era un capítulo más de su diario íntimo compartido. En estos momentos, La Empresaria se sentía más viva, más conectada con su esencia y con el hombre que, lejos de juzgarla, la amaba por todas las facetas de su ser.

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