Esposa - primera infidelidad
Mi marido es un perdedor,
tanto en la cama como en la vida. Nunca me hará lo mismo nunca defenderá su verdad.
Lo único que se le da bien es ganar dinero, siempre está trabajando para ello, además, perdedor.
No pasó mucho tiempo después de que nos casamos para mí dejar de dar a él por completo. De todas formas nunca me corrí con él, aunque lo fingí tantas veces, y es que ya no aguantaba su polla aplastada. Y salvo algunos intentos patéticos, para mi sorpresa, él no se opone realmente. Si no fuera porque es un perdedor, pensaría que tiene una amante.
La primera vez que lo engañé, fue en el centro comercial en Navidad. Había nubes de gente por todas partes, y el perdedor llevaba la clásica mierda. Llevaba casi 20 minutos sentado en el retrete cuando noté que me miraba. A primera vista, de unos 20 años, pelo corto, con una chaqueta de camuflaje, el joven me miraba con confianza. No sabía lo que me estaba pasando, pero enseguida me humedecí, la incorrección y la inmoralidad de lo que estaba pensando me excitaron. Volví a hacer contacto visual, él seguía mirándome. Inclinó ligeramente la cabeza hacia la izquierda y sonrió. Sabía adónde quería llegar y me dirigí hacia él.
Me acerqué a él y entramos por la puerta del garaje. En cuanto se cerró tras nosotros, me dio una palmada en el trasero hasta que avancé dando tumbos. Había escaleras que subían y el aparcamiento era innecesariamente grande. Una planta estaba siempre completamente vacía. Allí me llevó.
Me detuve al final de las escaleras, él estaba ahora de pie un escalón por debajo de mí, así que estábamos más o menos al mismo nivel. Me miró a los ojos mientras me preguntaba: "¿No te buscará tu marido?".
"Seguro que sí", le contesté, "pero ahora mismo no está aquí".
"Eres una zorra guapa" fue lo último que oí. Recibí una bofetada y al segundo siguiente estaba apoyada contra la pared con los vaqueros por las rodillas. Salivaba sus dedos como si fuera necesario, porque me chorreaba el jugo.
Cuando me golpeó, me sentí eufórica. Me estaba follando en aquel garaje sucio, a unos metros del retrete, donde mi pobre marido no tenía ni idea. Me folló duro, apretándome el culo, abriéndome el coño mientras se corría de vez en cuando. Me hizo correrme varias veces hasta que me estremecí sobre su enorme polla.
Al cabo de quince minutos me ordenó que me arrodillara, con una mano sujetándome el pelo y la otra pajeándome en la boca. Me lo tragué todo. Sin hablar, nos vestimos y nos fuimos sin despedirnos.
Cuando volví al baño, mi pobre marido estaba saliendo de él. Cuando me vio entre la multitud, empezó a sonreír y a saludarme. Yo fingí una sonrisa, pero sólo pude hacerlo porque otra persona acababa de hacerme venir después de tanto tiempo.
Ese día me di cuenta de lo que le faltaba a nuestra relación y de lo que tenía que hacer ahora para poder aguantar a ese perdedor.
Empezar a disfrutar con él y follar con otros tíos fue la mejor decisión que tomé en mi vida.