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El sol brillaba intensamente sobre el campo de tiro, iluminando la escena con un resplandor dorado. Laura, una instructora de armas experimentada, se movía con segurida entre las mesas de tiro, ajustando los objetivos y asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Vestía una camiseta ceñida y unos pantalones tácticos que acentuaban su figura atlética, lo que no pasaba desapercibido para los novatos que la observaban con admiración.

Esa mañana, un nuevo grupo de estudiantes había llegado, y entre ellos había alguien que captó su atención: David, un hombre de mirada intensa y una sonrisa cautivadora. Laura notó cómo él se concentraba en dominar el manejo de la pistola, su postura era firme y decidido. Algo en él la intrigaba, y no pudo evitar acercarse para ofrecerle algunas indicaciones.

“Respira profundo, relaja tus hombros”, le susurró mientras se colocaba a su lado, su cuerpo casi rozando el de él. La cercanía hizo que un escalofrío recorriera su espalda. David la miró con intensidad, y una chispa instantánea pareció encenderse entre ellos.

A medida que la clase avanzaba, la tensión creció. Cada vez que ella se acercaba a él, el aire se volvía más denso. Decidida a romper el hielo, Laura lo invitó a una sesión privada detrás de un set de tiro. Allí, en la penumbra, los sonidos de disparos fueron reemplazados por un silencio palpable.

“Quiero que sientas el poder”, le murmuró, mientras se colocaba detrás de él, guiando su mano mientras disparaba. La sensación de su cuerpo cerca del de él fue electrizante. Las respiraciones se entrelazaron. David, atrapado entre la emoción del disparo y la proximidad de Laura, giró su cabeza, sus labios apenas a unos milímetros de los de ella.

“¿Qué te parece si seguimos practicando… en otro lugar?” susurró David con audacia, sus ojos ardiendo de deseo. Laura sonrió, su corazón latiendo con fuerza. Sin pensarlo, asintió, y juntos abandonaron el campo de tiro, listos para explorar una nueva batalla, esta vez en el terreno de la pasión.

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